El sol sale nuevamente por la raíz de mi ventana
dispuesta como un ojo misterioso, rector y vigilante
y mi cuerpo siente el aroma del verdor y la caricia solar en los pliegues de la piel
(también despierta la cadena aferrada al corazón, haciendo girones en cada vaivén de la conciencia)
La mirada se posa en el cielo de una habitación vacía
y de la memoria escapan recuerdos envueltos en túnicas fosforescentes
anunciando la llegada inevitable del dolor fantasma, el surco invisible de la culpa
(La busca en ese desfile, como pasa también en los sueños,
pero sólo puede, entre tanto gentío imaginario,
la luz del sol asomándose entre ramas, algo parecido a la belleza)